No todos los viajes dejan en nosotros el mismo sabor.
Puede suceder que ese viaje soñado a un lugar de lo más exótico termine siendo no más que un insípido conjunto de recuerdos acerca de demoras áreas, malos tratos del personal del hotel, incomodidades varias e infinidad de anécdotas poco agradables que no guardan ninguna relación con el sitio visitado.
Podríamos decir entonces que la memoria, por su condición selectiva, resulta un mecanismo injusto que tiende a concentrarse más en las características contextuales de un viaje, que en la belleza de los lugares recorridos.
Es así como hay viajeros que regresan de India y lo primero que relatan es una protesta por su sistema social de castas, de Rusia por el frío que pasaron o de algún país lejano por una estafa irreprochable que sufrieron en la frontera.
Del otro lado, en la vereda del sol (hablando de recuerdos viajeros), nos damos cuenta que unas vacaciones en un destino cercano y hasta incluso con mal clima, pueden mostrarse inolvidables, generalmente más por la compañía y las buenas anécdotas, que por los encantos propios del lugar.
En conclusión, podemos afirmar que para cumplir nuestros deseos viajeros y regresar con buenos recuerdos, no es necesario cruzar medio mundo y pagar fortunas por interminables horas de avión, sino saber elegir lugares que nos ilusionen, bajo un formato de viaje que nos siente bien, con las mejores compañías posibles para compartirlo y hacia un destino en el que -al menos a priori– nos sentiremos cómodos.
Claro está, la sensación de comodidad es algo que varía de persona en persona, y justamente a raíz de eso, nuestro viaje ideal bien puede ser recorrer las maravillas de Tailandia, o poner la sombrilla en el baúl del auto y dirigirse con los niños a la playa más cercana a casa.
En este post les contaré sobre los últimos días de nuestro viaje por Marruecos, pero antes me gustaría concluir el tema de los recuerdos con una opinión personal sobre este país nordafricano.
La normativa vigente en materia de recuerdos de viajes satisfactorios parece indicar que la intensidad de la remembranza y el aprecio a un cierto país decrece con el tiempo.
Es así como al volver de un viaje nos revelaremos fascinados con lo que hemos visto, se lo contaremos a todos con notable emoción y nos pasaremos horas mirando una y otra vez las fotos que hemos sacado.
Con el paso del tiempo, quizás con los años, ese sentimiento se irá apagando, y el fulgor emotivo que trae aparejado un nuevo destino irá cubriendo poco a poco a los anteriores, desplazándolos posiblemente a puestos menores en ese escalafón mental que llevamos dentro como viajeros.
La sensación que tuvimos con Marruecos, compartida con otras personas que visitaron este país (al menos por primera vez), es que este fenómeno ocurre aquí de forma totalmente opuesta.
A pesar de sus indiscutibles bellezas paisajísticas, encarnadas principalmente en sus agitadas medinas y el Desierto del Sáhara, durante nuestra primer visita a Marruecos fuimos encolerizándonos tanto con ciertas situaciones que vivimos diariamente como «turistas», que llegado el último día lo único que deseábamos era cruzar la frontera y alejarnos finalmente de allí.
Un conglomerado de entredichos con comerciantes poco agradables, intentos de estafas o timos sobre los dos dígitos (¡algo poco normal para diez días de viaje!), numerosas mentiras recibidas por la mera y absurda intención de vender, incesantes tentativas de venta de droga en cualquier callejón de toda medina, habituales exigencias de propinas por ayudas ni siquiera requeridas y un sentimiento de ausencia de los mínimos valores éticos y morales que resulta complicado de entender para una sociedad tan apegada a una fé religiosa, por cualquiera ésta que sea.
Desconozco los motivos exactos de porqué sucede esto, y aunque han tratado de convencerme de lo contrario, no lo atribuyo simplemente a un efecto natural de su fe religiosa (una hipótesis que no tiene ningún sentido más que la intolerancia y el prejuicio), ya que ambos hemos visitado otros países musulmanes donde en general todos se mostraron respetables y sus valores comparables a los de aquellos que profesan cualquier otro credo.
Podrán decirme también que es una cuestión cultural, confundiendo claramente los evidentes límites que existen entre el folklore de un país y una conducta deshonesta y sin justificativos, que bien podría catalogarse de ilícita.
Más bien me animaría a creer que el causante del deterioro ético en las ciudades marroquíes es justamente ese particular espíritu comercial que se gesta en sus alocadas medinas.
La agitada vida de bazaar, combinada con una explosión de la industria turística en las últimas décadas, parece ser la alquimia que destituyó aquellos viejos valores heredados, para dar lugar a una visión «objetosa» del extranjero, cuya fórmula es ofrecer una mera actuación para simular gran simpatía y captar su atención, escondiendo claramente una ostentosa y nefasta finalidad de extraer dinero a toda costa.
Lejos, bien lejos de las medinas, allá en los pueblitos aislados donde residen nómades bereberes, la sensación es opuesta y totalmente agradable, lo que creo que confirma el asunto.
Sin embargo, con el paso del tiempo desde nuestra visita a Marruecos, fuimos distanciándonos de ese sentimiento de hartazgo con los personajes de las medinas, para darle espacio a los recuerdos más satisfactorios de bellos lugares conocidos, de momentos graciosos y de anécdotas estrafalarias.
Es un país que sin duda, tienen que venir a conocer. Intenten disfrutarlo, pero no se apuren en sacar conclusiones apresuradas.
Su primer viaje por Marruecos irá mejorando ampliamente con el recuerdo…
Assilah, donde el azulado océano se refleja hasta en las paredes
Tras hacer conexión en Tánger, llegamos a Assilah, un pequeño pueblo sobre el Océano Atlántico, ubicado al norte del país.
Cómo toda ciudad marroquí, se compone de una medina (la ciudad vieja) y una «Ville Nouvelle» (la ciudad moderna).
Su nombre en árabe significa «la auténtica» y ese título resulta representativo al caminar por su reducido casco antiguo.
Sus grandes pórticos de entrada y rampas de acceso se mantienen originales de los tiempos bajo dominio de Portugal.
Lo mismo sucede con la arquitectura urbanística, decorada aún con una mezcla de puertas árabes, verjas andaluzas y luminarias portuguesas.
Lo más característico del pueblo son sin duda los colores de sus paredes.
La medina se presenta con sus muros pintados en azul y blanco, en una amalgama cultural entre lo atlántico y lo mediterráneo, pero que bien podría trasladarnos mentalmente a las islas griegas.
Caminamos un buen rato por sus estrechos callejones, apreciando los impresionantes murales que tan artísticamente son elaborados en un festival anual que tiene lugar en este pueblo.
Antes de regresar, nos quedamos apreciando la continua rompiente de las olas que chocan contra las rocas de la costa, frenando el ímpetu con el que el Atlántico llega al continente africano.
Assilah posee una linda pasarela que se discurre entre viejos torreones árabes, parte de la antigua fortaleza portuguesa, y que resulta ser el mejor mirador desde donde contemplar el océano en su inmensidad.
Es un pueblo pequeño y debo admitir que su visita no dá para más que un par de horas, pero la cercanía a Tánger y la tranquilidad que se siente aquí en comparación a esa gran ciudad, hace merecer la pena acercarse un día y desconectar un poco de la típica vorágine marroquí.
Tanger, aquella gran ciudad internacional que cayó en el olvido
Tánger (o Tangier) es una ciudad marroquí con muchísima historia.
Desde los fenicios a los cartagineses, de los romanos a los árabes, la ciudad fue pasando de mano en mano, cada cuál dejó una fuerte impronta que la llevó a ser la ciudad que es hoy en día.
Según la leyenda, la tierra donde se localiza Tánger fue una de las famosas Columnas de Hércules (la otra en el peñón de Gibraltar), abiertas por el personaje legendario con el sólo uso de su descomunal fuerza, para permitirse en uno de sus doce trabajos el acceso naval entre el Mediterráneo y el Atlántico, creando teóricamente así el renombrado «Estrecho de Gibraltar».
En el s.XV, Tánger es conquistada por los portugueses, atraídos por su inmejorable ubicación geoestratégica, desde donde podían custodiar y controlar el importante paso marítimo.
Durante un breve período en el s.XVII es dominio del Imperio Británico, que recibe la ciudad como dote de boda portuguesa para el rey Carlos II.
Luego, volvería a manos árabes hasta 1925, aunque altamente colonizada por España bajo el protectorado que dispusieron los ibéricos sobre el norte de Marruecos a principios del s.XX.
En esa fecha, de acuerdo a la Conferencia de Algeciras, se decide que Tánger pasará a ser un condominio internacional controlado por un conjunto de siete potencias europeas (Y Estados Unidos, que ya empezaba a meterse en cualquier situación mundial).
Esa condición de «Ciudad Internacional» le propinó un importante crecimiento urbanístico, tanto como puerto como de destino balneario.
Modernos edificios con vistas al mar aparecieron por toda la costa, dándole ese aspecto clásico de «ciudad donde vacacionaban nuestros abuelos» tan distinguible desde Mar del Plata a Benidorm.
No cuesta mucho imaginar en esos balcones a notables europeos bebiendo champagne bajo toldos amarillos desteñidos a rayas, contemplando los chiringuitos playeros y disfrutando de las evasiones fiscales posibles al estar fuera del viejo continente.
En 1960, la comunidad internacional le devuelve el control de Tánger al renovado Reino de Marruecos.
Y daría toda la impresión que, siguiendo ese gusto marroquí por dejar que las cosas se deterioren con el tiempo, la otrora ciudad de los ricos fue sumiéndose poco a poco en el olvido.
El aspecto actual de Tánger es el mismo por el que ostentaba nobleza allá por 1960. Poca inversión puede apreciarse de cara a su gran playa y dentro de su «Ville Nouvelle», comparable ya en su fisionomía al del resto de las ciudades del país.
Su importante puerto mantiene un alto movimiento, algo normal por ser el principal ingreso y egreso de mercaderías de Marruecos, junto al de Casablanca.
La medina también resulta bastante desdibujada, sobre todo tras haber visitado los dinámicos zocos de Fez o Marrakech.
La que había sido antiguamente un legendario refugio para espías y contrabandistas de Europa, y un destino muy frecuentado por las bandas de rock famosas de los sesenta (incluídos los Rolling Stones) por sus amplias libertades para los vicios, hoy es un reducto de bares con porte de mala muerte, con personajes ya mayores para esos antiguos trotes y que aún viven de las fotos blanco y negro que plagan sus paredes.
La frase «¿Sabes quién vino a este bar?» puede ser oída multitud de veces, escuchando diversos nombres en respuesta, incluidos los de Tennessee Williams, Jack Kerouac o Paul Bowles.
Justamente estos últimos dos, grandes viajeros ilustres, quizás hayan venido a Tánger a rendir homenaje a uno de los grandes viajeros de la historia, cuya tumba se encuentra en un modesto mausoleo dentro de la medina.
Con más kilómetros recorridos que el mismísimo Marcopolo, nació y murió en la ciudad el famoso explorador árabe Ibn Battuta, autor del libro de relatos «La Rihla», desconocido en occidente hasta el s.XIX.
Hasta allí quisimos ir también nosotros, a rendirle un simple homenaje como colega viajero.
Llegar hasta él no fue demasiado sencillo, lo que me trae a colación una anécdota más de timos marroquíes que ahora pasaré a contarles.
Aún sabiendo que el mausoleo se encontraba dentro de la medina, y considerando que la de Tánger no es demasiado grande, nos enfrascamos en una búsqueda que resultó simplemente en un fracaso.
Los pequeños callejones no parecían llevarnos a donde queríamos, y algunos de ellos estaban tan oscuros y con personajes tan poco confiables «estilo pandilleros» que no nos parecía seguro meternos en una boca de lobo, sin siquiera saber si era la dirección correcta.
Después de varias idas y vueltas vimos a un hombre mayor, que a fuerza de bastón subía duramente unas escaleras camino a donde nosotros estábamos.
Nos acercamos, y cordialmente le preguntamos si sabía hacia donde era el mausoleo.
Tomándose unos momentos para descansar, nos dijo que lo siguiéramos, ya que él se dirigía hacia el mismo sentido.
Nos daba un poco de apuro, al señor parecía costarle caminar y no queríamos que se esfuerce de más.
Pero había algo raro.
El anciano caminaba más velozmente, casi no usaba el bastón y ahora las escaleras no aparentaban cansarlo…
De pronto entró en un bar, con un claro aspecto de sitio de refugio para malandras exiliados.
Algunos de los presentes se nos acercaron hablando tanto inglés como español para que nos quedáramos a tomar o fumar algo allí.
Le dijimos al señor que nosotros seguiríamos camino hacia la tumba de Ibn Battuta porque no queríamos que se nos haga más tarde (ya era de noche), y comprendiendo que no consumiríamos nada en el bar de sus amigos, dijo que él también continuaría y que lo siguiéramos.
Proseguimos por un camino retorcido, que claramente no llevaba al mausoleo, pero que sí llevaba a la tienda de venta de tejidos, artesanías y souvenirs de algún otro colega suyo.
Su excusa para aquella detención era que desde la terraza se tenía una de las mejores vistas de Tánger.
El anochecer ya no permitía apreciarla, así que no pasamos allí más de unos pocos instantes.
¡Pero al darnos la vuelta, el anciano ya no estaba! Sólo nos encontramos con el dueño de la tienda, que se pasó un buen rato intentando vendernos djellabas y alfombras.
Al bajar nuevamente a la calle, vimos que nuestro autoproclamado guía nos estaba esperando.
Estábamos mentalmente seguros de que le agradeceríamos y seguiríamos camino solos, pero una vez más nos convenció de ir con él, diciendo que ya casi habíamos llegado, y por ya ni saber donde estábamos, decidimos continuar en él.
Esta vez, efectivamente, nos llevó hasta la tumba, pero al acercarnos a la entrada se puso a discutir en árabe con otro hombre que estaba allí, supuestamente como guardia de seguridad.
Nos tradujo que si no le dábamos unas monedas al presunto vigilante, no podríamos verla, a lo que nos negamos rotundamente sabiendo que tenía ser mentira.
Después de presenciar esa acalorada discusión fingida, pudimos ver la tumba sin pagar, aunque la complicidad de ambos hombres parecía clara.
Ya cansados de sus intentos para sacarnos dinero, le agradecimos al hombre pero le dijimos que volveríamos solos.
Insistió en acompañarnos, y por no tener muy claro como volver, nuevamente aceptamos que nos escolte aunque sea a la salida de la medina.
Previa parada en otra tienda amiga en la que también nos negamos a comprar, llegamos al pórtico de la medina que sale a la costanera.
Le agradecimos esta vez de forma definitiva, y sabiendo que esperaba unas monedas a cambio, le dimos unos dirhams por sus «molestias», aunque cabe destacar que nadie se las había solicitado.
Lo que sucedió entonces fue la gota que colmó mi propio vaso de tolerancia con la sociedad marroquí…
El hombre comenzó a quejarse enérgicamente argumentando que por la cantidad de tiempo que se pasó con nosotros, merecía más dinero que ese, y que no se movería de allí hasta que no le demos más, con esforzados gestos de capricho.
Ver a un hombre mayor, que en principio daba la sensación de ser tan atento, con esa actitud tan mezquina y de total bajeza fue un baldazo de agua fría.
En primer instancia, intenté hacerle comprender que él se había ofrecido solo a llevarnos a la tumba porqué le quedaba de paso, y que al final nos había hecho perder mucho tiempo, sin mencionar todas las veces que intentó que le compremos cosas a sus conocidos por alguna comisión, pero no hubo caso.
Decirle que nuestra negativa no era sólo por el dinero, sino por su actitud, fue todavía menos útil.
Con suma decepción y tristeza, nos alejamos mientras lo veíamos furioso en aquel sitio, indignado (o aparentando total indignación) ante nuestra «tacaña» conducta de no darle los más de 5 euros que pretendía.
A partir de ese momento, y con una sensación de impotencia con la humanidad que jamás había sentido antes, lo único que queríamos era cruzar la frontera y dejar por fin atrás a esa sociedad con la que habíamos chocado tanto los últimos días, por su falta de gente que pueda ayudar a alguien desinteresadamente…
Ese lamentable «escape» se daría al día siguiente, pero antes de ir a ello, sólo me queda dejarles unas pocas fotos de Tánger, la importante ciudad internacional que fue cayendo en el olvido y que significó, al menos para nosotros, el agotamiento total de nuestra paciencia con la gente de este país.
El escape de Marruecos: cruzando la complicada frontera hacia Ceuta
Frustrados por los últimos embates con la sociedad marroquí, llegamos a la terminal de buses de Tánger y sacamos un pasaje en el siguiente viaje a la frontera.
Para hacer la despedida del país más hospitalaria, el recorrido de 100 kilómetros se tomó unas 5 horas, retrocediendo primero hasta Tetouan como concentrador de tráfico del norte marroquí, para luego atravesar las secciones meridionales de la Cordillera del Rif por estrechas carreteras de montaña.
Y eso sin concentrarnos en el tétrico estado de la unidad, visible en alguna de las fotos que verán a continuación.
El viaje finalizó en la plaza principal de un pueblo llamado Al-Fnideq, cercano a la frontera que mantiene Marruecos con el enclave español de Ceuta en este país africano.
Gastamos nuestros últimos dirhams en comida (dos o tres tubos de papas Pringles que ante nuestra voracidad, no tardaron en extinguirse) y nos propusimos llegar cuanto antes al paso fronterizo, ya que el largo recorrido en bus nos había atrasado considerablemente, y no quedaba mucho para que anochezca.
Una gran cantidad de antiguos taxis Mercedes-Benz esperaban a incautos como nosotros para acercarlos en los 5 kilómetros finales que restan hasta la línea divisoria.
En otras circunstancias, nos hubiésemos planteado el caminar, pero la ansiedad por irnos de allí pudo más y en ello se fueron nuestros dirhams finales.
Este cartel dispuesto en un país africano, que en otra ocasión hubiera recibido infinitas quejas de mi parte por la apropiación que entre los siglos XV y XVI hicieron Portugal y España de este territorio claramente marroquí, esa noche nos supo a gloria.
Despeje rápidamente de mi cabeza la molestia por aquel enclave europeo en África, y nos conducimos con paso decidido hacia las verjas.
Ceuta y Melilla, los dos enclaves españoles en Marruecos, son habitualmente el punto de ingreso de numerosos inmigrantes africanos que intentan llegar a Europa, en busca de mejores condiciones de vida, por lo que los controles que realiza la Guardia Civil Española son muy estrictos a los que se aventuran a cruzar por allí.
De todos modos, peor suerte corren aquellos que ni siquiera pueden presentar papeles.
Generalmente, se arriesgan a cruzar el canal en una balsa improvisada (las llamadas «pateras») desde cualquier playa marroquí, buscando como destino la costa española y las ONG de rescate.
Ese tipo de «hazañas» lamentablemente suele terminar en tragedia, por una mezcla funesta entre las aguas traicioneras, la inapropiada barca (muchas veces de esas inflables de juguete) y que los propios migrantes, al ser avistados por la guardia costera, se lanzan al estrecho sin siquera saber nadar.
Nuestro caso era totalmente más simple, por la nacionalidad de Janire y los pocos prejuicios que tienen allí hacia mi pasaporte argentino.
Tras superar unos cuántos pasillos rodeados de alambre de púas, finalmente estábamos en Ceuta, y por lo tanto, ¡de vuelta en España!
El enclave español de Ceuta, más allá de ser una preciosa ciudad (comparable a las más bonitas de la península ibérica) y un gran paraíso de compras como zona franca de impuestos, significaba únicamente para nosotros el regreso a lo conocido, a lo relajado.
Este sentimiento, pocas veces requerido por el viajero intrépido, debo admitir que esta vez nos era totalmente necesario.
Al día siguiente, estaríamos cruzando el famoso Estrecho de Gibraltar con destino a la península, pero eso ya será motivo del próximo post de Odisea por el Mundo.
¿Seguís camino con nosotros? ¡Saludos a todos!
Si no conoces la historia,mejor estas calladito,Ceuta no es un enclave,es tierra española desde hace siglos antes portuguesa,y estamoas en Africa porque somos africanos españoles y muy orgullosos y con todos los derechos,asi que mejor estas calladito,vale?
Fernando, tu altanería y arrogancia quitan cualquier valor a tu comentario. De todos modos, me tomo el tiempo para contestarte.
Ceuta es un enclave español en África, y si tu eres de allí, deberías saberlo. El concepto de «enclave» no es un término político, sino únicamente geográfico.
Tampoco entiendo tu molestia conmigo, ya que en ningún punto del artículo he dicho que el pueblo de Ceuta no esté orgulloso de ser español, o merezca menos derechos que aquellos de la península.
Pero sí estoy convencido que una conquista militar (como la portuguesa en 1415) no debería ser fuente válida para ninguna soberanía reclamada. En tal caso, el principio de autodeterminación choca contra la geografía misma y la incapacidad marroquí de recuperar el territorio por la fuerza (afortunadamente). Creo que la idea se entiende mejor si buscas la analogía con Gibraltar. Que el Tratado de Utrecht de 1713 cediese el peñón al Reino Unido tras su conquista militar, y que los «llanitos» estén orgullosos de ser británicos, no resta fuerza al reclamo de soberanía de tu propio país sobre un territorio claramente español.
Te invito a responder si lo deseas, pero por favor, que esta vez sea con respeto. Un saludo.