Estás caminando por Shishane, el antiguo barrio genovés de Estambul, mirando a uno y otro lado las casas de electricidad y de venta de lámparas, que se repiten bajo un patrón aparentemente interminable con la Torre Galata en el horizonte.
Los dueños y empleados de los locales están parados en la puerta, charlando y tomando en pequeñas jarritas de vidrio el famoso té turco, el «chai».
En un ataque de real osadía te preguntas porqué no están trabajando dentro de sus negocios, pero algo te dice que ya sabes la respuesta…
Grand Bazaar (Kapali Carsi), el laberíntico e histórico centro comercial del centro estambulita. Un día cualquiera.
Cualquier comerciante turco es capaz de empezar gritándote «¡Alfombras! ¡Alfombras!» en inglés y terminar dialogando con vos acerca de como está jugando Messi en la selección argentina, en un perfecto español, y haciendo destacadas comparaciones con el nivel de Diego Maradona o Ariel Ortega (que dicho sea de paso, también jugó en un club de Estambul). Si no estás de acuerdo con su teoría, el afán por vender siempre será más fuerte, y de seguro cambiarán su postura para darte la razón, que les caigas bien y les compres. ¡Unos personajes!
Es bien sabido que en los bazaares turcos se espera el regateo como parte del juego del comprar. Los valores pueden disminuir a un 25% tras intercambiar cuatro o cinco precios intermedios, y es un ritual tan sagrado, que muchos se ofenden si no les ofreces un precio menor. ¿Será que luego se sentirán culpables por haberte cobrado un dinero desmesurado para lo que te llevaste? Nadie lo sabe…
Aún con la elevada cantidad de turistas y locales dispuestos a comprar, muchos de los dueños de las más de 4000 tiendas que posee el Grand Bazaar se pasan el día haciendo relaciones sociales en la puerta de sus negocios, y algunos sólo se acercan a hablar con clientes cuando ya están desde hace rato mirando sus mercaderías.
La pregunta surge de nuevo en tu cabeza… ¿Por qué no se preocupan por trabajar y tratar de vender más? Con una habilidad como vendedores que intimidaría hasta al más «chamuyero» de nosotros, seguro que podrían obtener mayores beneficios de su trabajo si dedicasen más tiempo a su oficio y menos a «pasar el tiempo tomando té»…
Spice Bazaar, el mercado de especias más antiguo de Estambul. Ese mismo día, o en realidad, cualquier otro…
– «¿Delicias turcas, señor?»
– «No, gracias»
– «¿Afrodisíacos naturales?»
– «No, gracias»
– «¿Café, té, canela, azafrán?»
– «….. No» (ya amagas con irte)
– «¡Señor, señor! ¿Esencias aromáticas, sales de baño?»
Te llueven las mismas preguntas cada vez que te acercas a una tienda, pero como estás relajado y sólo paseando, te reís y divertís con la insistencia, lejos de molestarte.
Apenás te estás yendo del negocio y aunque haya otras personas mirando, el empleado se ha puesto a charlar y tomar «chai» otra vez… Quieres evitar pensar que son unos vagos, pero… ¿qué es lo que pasa entonces?
Hablando con gente de allí mismo, me dieron una explicación bastante razonable para todo esto, y se basa en la propia filosofía de vida del comerciante turco.
Desde hace mucho tiempo, la civilización occidental parece haber confundido de alguna forma la idea de «ser» con la de «hacer».
Si uno «es» algo, necesita «hacer» cosas para demostrarlo. Es así como al obtener un título que dice que somos médicos, abogados, ingenieros o contadores, luego viene la etapa de encontrar un empleo, demostrar lo que «somos» y tratar de crecer lo más posible en el campo para asegurarnos la vida.
Incluso sucede con los oficios, donde el plomero, albañil o electricista tratará de hacerse un nombre y una reputación para lograr estabilizarse económicamente y dar un buen vivir a su familia.
Los comerciantes turcos -y me atrevo a extender la afirmación hacia toda la región medio-oriental- sin embargo, no lo tienen tan mezclado. Sus abuelos «eran» comerciantes de un cierto rubro, luego lo fueron sus padres y ahora ellos siguen el mismo camino.
Ellos «son», y no necesitan «hacer» para «ser».
El objetivo principal es continuar el negocio familiar, o abrirse el propio, ahorrar y vivir una vida tranquila. Si alguien se acerca a comprar algo, le venderá. Sino, es posible que aproveche el día tomando té y charlando con los otros comerciantes del barrio.
A final del día volverá a su casa donde les esperará su esposa y sus hijos, listos para cenar.
En lugares más céntricos como el Grand Bazaar o el Sultanahmet quizás es más difícil observar este estilo de vida por la homogeneización que logra el turismo, pero en barrios más alejados esto se observa perfectamente.
Cabe aclarar de todos modos que la alquimia entre el «ser» y el «hacer» no aplica a todos por igual. Los vendedores ambulantes y artesanos, por ejemplo, pasan largas horas dedicados a su trabajo. La idea cobra mucha mayor fuerza en los típicos vendedores con negocio a la calle.
Puede que lo sigan viendo como holgazanería y es sin duda discutible. Sin embargo, este tipo de costumbres hablan de la cultura de cada pueblo y apreciar este tipo de tradiciones son quizás el principal motivo que nos incita a viajar.
«Ser» y «Hacer»: los barberos turcos
Desde las estaciones de autobus (Otogar) a los grandes bazares, pasando por museos o hasta el lateral de una mezquita, las «barberías turcas» (peluquerías) están realmente por todas partes.
Es uno de los tipos de negocio que más se ven por todos lados en Turquía, incluso en los lugares más inesperados.
Ser barbero es uno de esos oficios clásicos de los que les hablaba, mayormente de hombres, heredado de padre a hijo y un honor familiar.
Para darte confianza en su habilidad con las tijeras antes de aventurarte a su silla, exponen en sus paredes el análogo de los títulos académicos que se ven en la consulta del médico: las fotos con famosos que se cortaron el pelo allí.
Tras un largo periplo de 6 meses por Europa sin prácticamente cortarme el pelo, y con una incipiente barba que no se había visto amenazada en más de un mes, mi higiene pedía a gritos acercarme a una peluquería inmediatamente, y ¡qué mejor que hacerlo al llegar a Turquía!.
Con la ayuda de Yilmaz, mi anfitrión de CouchSurfing, que traducía de inglés al idioma local mis escasos pedidos sobre el corte, dejé que un peluquero del barrio asiático de Bostanci se encargase de dejarme nuevamente con un aspecto medianamente decente.
Y aquí va en fotos, el primer corte con navaja de mi vida, en manos de un barbero turco «de profesión» que además de «ser», está vez también «hizo»:
Y con esto, cierro este post sobre la amalgama entre el «ser» y el «hacer» para el estilo de vida del típico comerciante turco. A continuación, seguiré viaje por el resto de la maravillosa Turquía! ¡A no perdérselo!
¡Saludos a todos!