Los que hayan seguido nuestros últimos posts sobre Marruecos, o quienes hayan tenido la gran suerte de visitarlo, ya se habrán dado cuenta que se trata de un país muy particular.
Es verdad que forma parte del llamado «Mundo árabe», pero a diferencia del resto, aquí se puede sentir una impronta europea mucho más marcada.
Por ejemplo, en Marruecos siempre tendremos la posibilidad de comunicarnos con los locales en español, francés o inglés.
Los marroquíes destacan como pocos por sus amplios conocimientos lingüísticos, acentuados obviamente por la herencia que dejaron los hispánicos y los galos en sus décadas de dominación.
En cambio, es habitual en otros países islámicos, encontrarnos aturdidos una y otra vez por el idioma árabe, plagado de esos sonidos fuertes como «jotas», «emes» sostenidas y terminaciones en «dés», y sin ninguna otra posibilidad de comunicación que sea verbal.
Nota al margen: De todos modos, en el viaje de Merzouga a Fez, tanto Janire como yo tuvimos pesadillas tras infinitas horas de escuchar la música local que pasaba el conductor del bus. Creo que la frase «Jabibi Jabibi», que aún no sabemos que significa pero se repitió incesantemente, sigue taladrando nuestros recuerdos. Por eso, entre otros motivos, rankeamos aquel viaje en autobus como uno de los peores que hayamos tenido.
Otra de las características que a nuestro parecer distingue a Marruecos y lo convierte en único, son sus coloridos paisajes urbanos, atípicos para cualquier otra región.
Ya han visto el post sobre Marrakech, la ciudadela roja.
También el del Desierto del Sáhara, cuyas tonalidades cálidas recorrían toda la gama de naranjas y colorados.
En todos los mercados del país, como en el de Fez, pudieron observar los policromáticos tintes que presentan las bolsas de especias a la venta, uno de los tantos atractivos que poseen los zocos marroquíes.
Y hoy justamente, les hablaré de dos ciudades del norte de Marruecos, que sin duda pueden honrarse de ser ¡las mas coloridas de todo el país!.
Primero, en el corazón de la Cordillera del Rif, les presento la Ciudad-Piscina: ¡Chefchaouen!
Supongo que después de esas fotos, no hace falta explicar porque dije que Chefchaouen parece una ciudad-piscina.
Lamentablemente, tampoco puedo contarles con exactitud el motivo por el cuál su medina ha sido pintada así.
Algunos afirman que se trató de una cuestión práctica, bajo la discutible suposición de que la pintura azul ahuyentaba a las moscas.
Otros, presentan a los judíos de la ciudad como los responsables, que en la década del 30′ pintaron el casco antiguo de este color, para reemplazar el color verde del Islam.
Sea o no sea esa la causa, es probable que ellos hayan sido verdaderamente los «artistas», cuyos descendientes aún viven en grandes cantidades en la medina, y algunos aún hablan «judeoespañol», un idioma hebreo-andaluz que utilizaban los judíos sefaradíes en la España del siglo XV y que luego mantuvieron aquí tras ser expulsados del país ibérico por los Reyes Católicos.
Destaca el impecable mantenimiento que reciben las paredes de la medina, en discordancia con la típica dejadez urbanística que se hace visible en otras ciudades marroquíes.
Cada año, justo antes del ramadán, los habitantes de Chefchaouen celebran la «Laouacher», una verdadera fiesta en donde aplican unas 15 toneladas de pintura blanca y azul para reforzar los colores de sus casas, resultando en la mágica paleta de lapislázulis y turquesas que pueden observar en esas fotos.
Si bien Chefchaouen (también apodada «Chauen» o «Xaouen») se ha convertido en los últimos años en uno de los destinos turísticos más importantes de Marruecos, hasta 1920 permaneció vetado para todo cristiano o extranjero, bajo pena de muerte.
Más tarde, las tropas ibéricas se adentraron en la ciudad, formando el Protectorado Español que mantuvo el control del norte marroquí durante unos 40 años.
Tanto tiempo sin grandes contactos con gente foránea puede explicar la naturaleza que aún hoy se distingue en la ciudad. El local es más celoso de su intimidad aquí que en otras medinas, las miradas son algo más esquivas, y si bien hay amabilidad con el turista, la medina no es el caos que podemos observar habitualmente en las grandes urbes de Marruecos.
Ayudada por el curioso color y forma de sus paredes, la medina de Chauen nos hace sentir dentro de un plató surrealista donde todo encuadre merece una instantánea. Caminamos allí un rato en silencio, mirando hacia todos lados (incluso hacia arriba, a donde se dice que los adultos nunca miramos), absortos en las ridículas pero fascinantes imágenes que veíamos.
Niños jugando y perdiéndose por un callejón, tres mujeres con sus velos dialogando a paso rápido mientras suben las escaleras que forman una calle ascendente, dos tejedores invitándonos a su probar su telar dentro de un diminuto taller, las formas ovaladas que presentan los ingresos a las casas, arcadas mágicas y puertas coloridas. Todo, absolutamente todo en la medina de Chauen, es para nuestros ojos occidentales una postal.
También resulta evidente la gran influencia andaluza que tuvo la ciudad.
Los moriscos y judíos que llegaron aquí tras la expulsión de 1492, adornaron las paredes con pequeñas macetas, plantas colgantes en las paredes, platitos de porcelana y farolitos españoles, tal como se puede ver por doquier en Sevilla o Granada.
Si se desea salir de este laberinto sacado del país de los pitufos, uno se puede acercar a Uta el-Hammam, la plaza principal de la medina.
Desde alguno de sus numerosos bares, podemos apreciar el estilo de vida de los locales mientras tomamos un té de menta, bajo la sombra de minarete octogonal de la Gran Mezquita (sólo accesible a musulmanes) y los muros de la antigua kasbah.
No sólo el color azulado de sus paredes convierte a Chauen en un icono turístico de Marruecos.
Si salen del pueblo por la zona de la cascada y comienzan a caminar por los senderos que parten hacia el resto de la Cordillera del Rif, no pasará demasiado tiempo hasta que empiecen a ver campos de plantación de marihuana.
Chauen es reconocida en Marruecos como el centro de producción de hachís, lo que incita a muchos a acercarse para comprar cannabis a precios accesibles, ya sea como flores, como piedras o como kif, una variedad árabe habitualmente fumada en pipa.
Sin embargo, no es necesario dirigirse a estas áreas de cultivo. Durante su estancia en Chauen, y básicamente durante todo el tiempo que estén en zonas turísticas de Marruecos, serán incontables las veces que se les acerquen chicos y grandes de todas las edades a ofrecerles droga.
No encontramos a nadie que nos haya insistido después de un cordial «No, gracias», pero por si acaso, tengan cuidado con estos «susurradores», que a su paso les ofrecerán alguna insólita secuencia de productos en venta como «¿alfombras? ¿pañuelos? ¿bufandas? ¿hachís?«. Y claro, no estaban estornudando.
De todos modos, les recomiendo lo siguiente. Diríjanse a la cascada que está al este y comiencen el camino que asciende hacia la montaña. Pueden hacer unos cuántos cientos de metros y volver, lejos de cualquier plantación. Las vistas desde allí de la medina y el valle circundante son alucinantes sin necesidad de ningún estupefaciente.
La medina de los tres colores:
Sesenta kilómetros al norte de Chefchaouen y ya bien cerca del Mar Mediterráneo, se encuentra otra ciudad cuya medina es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Apodada «la ciudadela blanca» por su color predominante, Tetouán fue la capital del Protectorado Español en el norte de Marruecos, y por ende, prácticamente todos sus habitantes hablan el idioma castellano de forma ejemplar.
Su medina es de las más pequeñas del país, pero conserva un rico patrimonio de fachadas y monumentos que son fueron recientemente restaurados por la Junta de Andalucía.
Esta dividida en tres sectores: el andaluz, el judío y el bereber, aunque esta distinción resulta un tanto difícil de hacer para el extranjero.
Si tienen la suerte de visitarla junto a un guía, podrán sacar mayor partido de estas diferencias arquitectónicas.
Nosotros, nos dedicamos a lo que mejor sabemos: dejarnos perder por las callecitas mientras hablamos de cualquier otra cosa, sacando nuestras fotos y cada tanto, señalándonos los detalles que más llaman nuestra atención.
Algunas veces esos sectores son reconocibles por las paredes pintadas, con la mitad inferior coloreada en verde, azul, violeta o amarillo.
Otras veces, por la decoración y forma de sus puertas, aunque en todas ellas puede distinguirse la misma fuerte influencia andaluza que habíamos visto en Chefchaouen.
Otro laberinto marroquí de pasajes angostos, zocos con productos típicos y mezquitas por doquier, pero que vale la pena disfrutar al menos unas horas.
Les dejamos algunas fotos de Tetouán mientras seguimos camino al norte, a la otrora Ciudad Internacional de Tánger y dispuestos a cruzar el archifamoso Estrecho de Gibraltar que nos regrese a España.
¿Sigues con nosotros? ¡Saludos a todos!